El alimento de un árbol en el corazón humano

Un árbol tan delicada su vida inicia tan pequeño como una frágil semilla, que al ser muy cuidadoso germinara para dar un lindo brote del enorme árbol que podrá algún día ser, ese arbolito si se riega para alimentarlo y si se le da el calor que el sol gustoso le brinda, crecerá y poco a poco su tronco fuerte y firme se pondrá, del cual brotaran verdes ramas, que con el suficiente alimento frondosas se pondrán, dando un árbol lleno de verdor del cual al poco tiempo brotaran pequeñas flores que con un poco de sol grandes crecerán resaltando en el ambiente por su brillo sin igual, más sin embargo, si agua le llegara a faltar, ese pobre árbol poco a poco morirá, sus hojas serán lo primero que perderá, después de que sus flores en el suelo marchitas se encuentren ya, y si el árbol sin agua que lo alimente permanece más tiempo, sus ramas verdes su color perderán, y el pobre árbol al punto sin retorno llegara, muriendo su corazón que vivir le permite, sus raíces morirán y con esto la condena de muerte firmada estará, por más que alimentarle se intente ya, el pobre árbol sus raíces no podrá usar y en solo unos días su vida expirara, tan solo porque un poco de agua que no lo pudo alimentar.

Así como el árbol, el amor entre dos personas alimento requiere para fuerte crecer, aunque a veces no necesario parezca, un simple beso alimentado lo puede mantener, un tierno te quiero sin razón, o un sincero te amo directo del corazón, el amor como un árbol fuerte y longevo crecerá si el calor de un abrazo lo protege del viento que lo pueda lastimar, el amor como el árbol brillante y deslumbrante a su alrededor se tornara, siempre y cuando su alimento nunca falta le hará, pero si se le dejara de alimentar, tristemente poco a poco perecerá, el amor como el árbol sus hojas perderá como gotas de lagrimas que hasta el suelo rodaran, para con el tiempo al punto sin retorno llegar, al morir en el palpitante corazón el amor terminara, y por más que se le quiera alimentar, si en el corazón fallece, ni el más calido beso lo hará resucitar.

Alan Fernández
31 de agosto de 2008


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