Había una vez un gran árbol frondoso al centro de una huerta, todos los días observaba como el granjero llegaba al alba, colocaba una silla junto al árbol, se sentaba y esperaba pacientemente a que las flores abrieran con el amanecer, así como los frutos del huerto brillaran con la luz mezclada con el rocío que los cubría en espera de ser cultivados.
El árbol al terminar el día se llenaba de melancolía, ya que después de tantos años en el centro de aquel huerto, nunca había brotado una sola flor, ni de el había salido un solo fruto para ser cultivado.
Dentro de su frustración constantemente se repetía a si mismo “nunca has logrado nada en tu vida, tu vida es inútil solo ocupando un gran espacio de este huerto”, tanto se lo repetía que en instantes pasaba de la frustración al coraje, que desahogaba agitando fuertemente sus hojas, sin importar que en ellas hubiera pajarillos buscando un refugio para la fría noche, las cuales volaban ahuyentadas por la furia del árbol.
Es así que un día, enojado y frustrado, se decidió a actuar, así es que tiro fuerte de sus raíces, lo que le costo mucho trabajo, pues eran de un tamaño descomunal, pero siguió y siguió empeñado en tirar de ellas, hasta que poco a poco las fue sacando del suelo, el árbol sonrío al ver que por fin dejaría de ocupar un espacio en ese huerto donde mas flores y frutos podrían crecer, siguió tirando más y más fuerte hasta que las ramas salieron por completo, y el árbol perdiendo el equilibrio callo en seco con un gran estruendo.
Al día siguiente, cuando llego el granjero, vio el árbol, se hincó ante el y derramo algunas lagrimas, lo cual el árbol no entendía, y prefirió pasarlo por alto, el granjero tomo unas cuerdas y arrastro al gran árbol hasta afuera del huerto, donde el árbol no aplastara a las demás flores y frutos, pero también donde podría seguir viendo la vida en el huerto en lo que esperaba que el viento y el sol secaran su interior trayéndole la muerte.
El árbol se sintió satisfecho y aliviado, pues ya por fin había hecho algo bueno en su vida, se había quitado del huerto, donde dejaría de ser un estorbo inútil.
Cuando el sol salio, el árbol vio con extrañeza el granjero se levanto de su silla sin esperar, como cada mañana, pues el sol lastimaba su rostro.
Al mismo tiempo, las flores abrieron, hermosas como siempre, pero esa belleza duro tan solo unos minutos, pues el sol quemo sus pétalos arrugándolos y desfalleciendo a las flores.
Los frutos quedaban condenados a no surgir mas, pues sin las flores que pudieran ser polinizadas, los frutos habrían de desaparecer en poco tiempo.
Los días fueron transcurriendo, el árbol observaba cuidadosamente como se repetía lo mismo día con día, y es así que el árbol día a día perdía la vida, extrañaba escuchar el canto de las aves sobre su follaje, pues al ya estar marchito las aves no podían aprovechar su calor para dormir tranquilas en las noches.
Es así que se dio cuenta que mientras el se repetía día con día que nunca había hecho nada en su vida, siempre estuvo al centro del huerto cubriéndolo del sol, para que las vida del huerto fuera posible, que con su sola presencia había hecho mucho, incluso mas que una simple flor, porque gracias a su sombra todas las demás flores podían vivir en aquel huerto.
Una profunda tristeza invadió al árbol, alzo sus hojas al viento, y con un fuerte grito exclamo “cuento tiempo desperdiciado menospreciándome, comprándome la idea de que nunca hice nada en mi vida, sin darme cuenta del importante trabajo que hacia siendo yo mismo”, y al terminar de exclamar estas palabras, la vida del árbol se fue, y con ella la vida de todo el huerto.
Alan Fernández
3 de agosto de 2012
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